A las 7:51 de la fría mañana del 12 de enero de 2007, un hombre blanco, relativamente joven, vestido con pantalones vaqueros, una remera de manga larga y una gorra de béisbol de los Washington Nationals bajó de un automóvil de alquiler frente a la boca del metro de Washington DC, más precisamente la estación L´Enfant Plaza. Llevaba un estuche de violín. Descendió por las escaleras mecánicas, pagó su pasaje, ingresó a las plataformas y se ubicó en uno de los andenes, detrás de un tacho de basura. Sacó el violín de su estuche, colocó este abierto a sus pies, puso en su interior algunas monedas como "cebo", se posicionó de frente al público que pasaba apurado, afinó el instrumento y comenzó a tocar. El violinista (bien a la izquierda) en la estación Ejecutó seis piezas en cuarenta y tres minutos, mientras mil noventa y siete personas transitaban frente a él, abstraídas en sus urgencias y preocupaciones. No olvidemos que se trataba de la hora pico (ya eran casi las 8 de